08 diciembre 2014

EL TRINCHE DE ROSARIO

*Crónica de un encuentro Ficticio. Nunca me reuní con El Trinche Carlovich




¿Sabrá el mundo que el mejor jugador de la historia del fútbol no es, como todos creen, Diego Armando Maradona?. El mito viviente, en cuestión, es oriundo de Rosario. Una ciudad con alma de pueblo, y con alma de fútbol. La suficiente alma de fútbol para engendrar a Messi, Di María o Bielsa, y también al crack que hoy me convoca a estas líneas.

Me invita a pasar y se va a poner la pava mientras arrastra las pantuflas porque tiene operada la cadera. Paso a una casa sin lujo, que bien podría ser la de mis abuelos. Nos sentamos en una mesa con un mantel floreado de nylon y empezamos a charlar de fútbol. No pronuncia una sola ese, y me habla como si fuésemos amigos de toda la vida. Empiezo a preguntar agresivo, le tiro al bulto, pero me gambetea como, dicen, hacía en el potrero. Se hace el desentendido y empieza a desmentir una tras otra todas las fábulas que en el pueblo circulan sobre él. Las que no puede desmentir las rebaja con soda.

Tomás Felipe Carlovich, “El Trinche”, como lo apodaron de purrete y como es conocido por todos en todas partes me mira con unos ojos pardos, irritados, cansados, de profundas ojeras. Es de no creer que este tipo, él solo, humilló a toda la Selección Argentina el miércoles 17 de Abril de 1974. Ese día, dicen, el mismísimo entrenador nacional pidió por favor que lo saquen, porque los estaba humillando. El mismo que ahora, igual que si estuviera charlando con cualquiera de mis tíos, me ceba el cuarto mate mientras sigue la conversación.

Me cuenta que en donde le tocó jugar siempre jugó igual, y que no llegó simplemente porque no se le dió. Pero por cómo me lo cuenta, y por lo que escuché y leí antes, empiezo a atar cabos y llego a la conclusión de que nunca quiso jugar profesionalmente. Sólo quería jugar a la pelota, vivir cerca de su familia de sus amigos de la infancia, esos que ahora lo invitan a los asados. Por eso cada tanto desaparecía del club, se iba a la isla de enfrente a pescar y volvía para seguir jugando al fútbol. Se lo llevaron a jugar a Mendoza, pero volvió a la semana porque extrañaba a los suyos. Tampoco entrenaba, porque no le gustaba. Pero cuando había que jugar, era un mito. Llegó a jugar en Rosario Central, pero se hizo leyenda en Central Córdoba, su casa, el equivalente rosarino a Cambaceres en La Plata.

Cuentan que de golpe la cancha de Central Córdoba siempre estaba llena, pero no para ver jugar al equipo; para verlo jugar a él. Alto más bien ancho, bigotón y melenudo. Sin duda un futbolista de otra época. A partir de allí nacen las historias, las fábulas. Dicen que a sus marcadores les hacía un caño, y cuando pasaban de largo les tiraba otro caño, para el otro lado. También que algunos defensores no querían marcarlo para que no los humille.

Grandes de nuestro fútbol lo reconocen; Menotti, Pékerman, Wolff y el mismísimo Diego. Pero él nunca fue hecho para las grandes luces de la fama. Quizás se arrepiente un poco, se pone nostálgico. Eso denota su cara ya entrada en años, arrugada, aún melenuda pero sin bigote y con canas. Ya no hay agua y los mates se lavaron y yo me quedo en silencio, observando al mito que todos dicen fue, pero ningún video puede comprobar. Quizá por eso es tan querido en Rosario, y tan llamativo para mí, por el morbo de creer o reventar, de no poder corroborar fehacientemente todo lo que sobre el recae.

    Lo miro y está quieto, pensativo. Con las manos juntas, jugando con los ásperos y arrugados pulgares. Mira con dirección pero a ninguna parte, quizás añorando esos tiempos donde treinta mil personas se juntaban sólo “porque esta noche, esta noche juega “El Trinche”.

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