17 agosto 2017

EL REY DEL OESTE


El Talp es el famoso micro lechero: va y para en todos lados. Une San Isidro con La Plata, pero atraviesa todo el conurbano oeste en un trayecto que mide 120 kilómetros y tarda 5 horas, sin lujos, sin comodidades, pero siempre al pie del cañón.




Las caras de los pasajeros que hacen fila en las plataformas se alargan mientras que el sol se esconde en San Isidro. De un galpón de chapa enorme salen los micros de la línea 338. San Isidro es su terminal, a pocas cuadras de la estación de trenes.

Las plataformas son un garage con manchas de aceite en el piso de cemento y tres columnas con carteles que dividen los recorridos: Ruta 4, Pasco y Buen Ayre. A la izquierda hay una ventanilla donde un viejo recarga la tarjeta SUBE, un kiosko donde el vendedor apenas se ve entre golosinas y comestibles, y un bar sin mesas, donde acodado en la barra podés degustar una pizza, unas papas fritas o una cerveza. Además tiene un televisor donde por ahora juega San Lorenzo.

El olor a frito del restaurante se mezcla con el aroma primaveral de los árboles y el penetrante perfume de la nafta. Un empleado de mameluco barre sin ganas un cementerio de colillas y papeles, que el viento vuelve a desparramar. Los colectivos se suceden, con distinto destino y las filas se renuevan. El 338 que me lleve a La Plata sigue sin aparecer.

—Disculpe —interrumpo a un chofer que fumaba en la puerta del bar—, ¿sabe a qué hora sale el Talp que va a La Plata?
—Sí, ahora a las nueve —después de una pausa, agrega— ¡Qué viajecito!
—¿Cinco horas no? —me resigno a un viaje largo y a llegar de madrugada
—Depende. A esta hora un poco menos, y si tomás el que va por Ruta 4 tenés como mucho tres horas, porque va directo.

El cansancio ruega por que ese sea el próximo micro, y que tenga aire acondicionado, sillón cama y servicio de catering. Diez minutos más tarde aparece en la plataforma el bendito colectivo a La Plata, por Ruta 4, y sonrío. Pago los 38 pesos que sale el boleto y busco un lugar. El cuerpo se tiene que conformar con un asiento de gomaespuma dura tapizada en un cuero negro y desgastado, rígido, sin aire ni calefacción. El reverso de los asientos tiene garabatos o leyendas del estilo “Carla te amo” o “Los Andes se la banca”. Las paredes también están dibujadas con fibrones. “Al menos voy sentado”, pienso mientras me acomodo en el fondo, cerca de la puerta. Tras una hora y media de espera, al fin estoy en camino a La Plata.

Hay dos formas de llegar desde Capital a La Plata por transporte público: el tren o el colectivo. El tren no hace el recorrido completo desde noviembre pasado, cuando prometieron electrificarlo en 90 días que ya son casi un año. El servicio provisorio es hasta Berazategui y desde allí se debe hacer un transbordo gratuito a un micro de línea hasta la ciudad.

Los colectivos más directos son el Costera y el Plaza, las opciones de los oficinistas y comerciantes que van del centro de La Plata al centro de Capital. Los asientos son cómodos y reclinables, los días fríos hay calefacción y los calurosos aire acondicionado. Los pasajeros visten camisa y pulóver, algunos traje. Las mujeres tienen maquillajes finos y perfumes caros. Suficientes comodidades para una hora y media de viaje.

El Talp no conoce de autopistas; y es el único transporte público que une el conurbano bonaerense con la Capital Provincial. En líneas generales, traza un recorrido paralelo -pero más al oeste- que la Autopista General Paz, hasta Quilmes, y de allí por camino Centenario o Belgrano hasta La Plata. Son en total 120 kilómetros de recorrido.

Entre los platenses, el Talp es la alternativa al 273 para cubrir el trayecto entre la ciudad y Gonnet, City Bell o Villa Elisa. En La Plata parte desde la sede de la empresa, en calle 71 y 17, pasa por la terminal de calle 2 y 42 y sale de la ciudad por avenida 13. En este tramo el micro suele ir repleto y vaciarse antes del Cruce de Varela. Lo mismo sucede mientras atraviesa el conurbano; se llena y se vacía por tramos.

La línea se originó como una concesión de la Dirección Provincial de Transporte en 1940. En ese entonces, el recorrido lo tomó la empresa “Costera Criolla”, y es de ahí que la gente grande aún le dice “la Costera” al Talp, mientras que los jóvenes conocen por “Costera” al micro que une la terminal de La Plata con Retiro, línea 129, y que es de la empresa “Costera Metropolitana”. Transporte Automotor La Plata (TALP), tomó el trayecto en los años '60 y lo mantiene intacto hasta el día de hoy, incluso con nuevos ramales. 


Los pasajeros del turno noche dormitan en la violácea oscuridad de las luces negras. En el fondo suena una cumbia, y el constante ritmo del wiro se mezcla con el ronronear del motor. El frío se cuela entre ventanillas que no terminan de cerrar y un olor a pata inunda el ambiente. Las paradas vacías incentivan al chofer a pisar con gusto el acelerador; los primeros kilómetros son con el micro semivacío, y por una zona de comercios cerrados.

A medida que se interna en el oeste, se llena. Como en casi todos los micros de línea, se respeta la regla general de que el fondo se llena primero, no importa cuán vacíos estén los asientos de adelante; ese lugar está reservado para mayores o discapacitados. Además, la mayoría de los que sube tiene ropa de trabajo: mamelucos, jeans y borsegos, buzos con la marca de una empresa. Nadie viste traje, y muchos cargan bolsos o mochilas.

El chofer es colectivero de raza. Pelo corto y parado con abundante gel, afeitada al ras, camisa violeta con corbata dentro del pantalón de vestir, panza de cerveza y zapatos. Al combo lo dan junto con el registro profesional e incluye unos lentes de sol, infaltables durante el día. En los tramos de descampado acelera con gusto, pero no se saltea ninguna parada.

—Yo soy piola, te paro siempre y subo a cualquiera. A veces hasta te espero. 
Adrián maneja en la empresa desde los 18 años, y ahora tiene 34. Está afiliado al sindicato y su hobbie es pelearse con taxistas, que escasean en el recorrido de Ruta 4.
—Termine la secundaria por obligación y empecé a laburar porque no quise estudiar—. Cobra un pasaje y prosigue— Hoy los pibes son muy vagos, pero es porque los padres no son estrictos. Mi viejo fue claro: o estudias o laburas, y me hice chofer. Me gusta, aunque a veces me canso, como todos.

El sueldo mínimo de un colectivero al día de hoy es alrededor de los $16.000, lo que supone un buen piso si se lo compara con otros mínimos como el de un docente secundario. Claro que transportar pasajeros supone un riesgo mayor, que se incrementa en la noche del conurbano.
—Si no te crees Schumacher no pasa nada. Tenés que ir tranquilo y llegar, punto. Los accidentes son por apuro o por distraccion, y te comés un garrón de la puta madre.

No son frecuentes los casos de accidentes en el Talp, aunque por supuesto hay registros. En La Plata un 338 protagonizó un choque triple en 2015, y en Burzaco cayó en una zanja inundada en 2014. Tampoco abundan los robos a choferes y pasajeros, pero el año pasado los colectiveros hicieron huelga luego de que balearan en la mano a un compañero en la rotonda de Alpargatas. La zona Oeste tiene fama de “picante”, pero el Talp mantiene desde hace 60 años el mismo recorrido.
—A mí por suerte nunca me pasó nada. Tenés que tener mala suerte —. Precisa Adrián—. Y mirá que es una zona jodida eh, pero a los colectivos se los respeta, saben que somos laburantes. Aunque siempre hay algún zarpado.

Por su recorrido, sus pasajeros y el estado de la flota, el 338 es una fuente inagotable de anécdotas. Un compañero una vez me contó que viajó junto a un acuchillado que iba al hospital de Gonnet. El asiento quedó empapado en sangre pero el micro siguió viaje.
—No me olvido más la vez que subí a una pareja y a las diez cuadras subió el marido de la mujer. —Adrián cuenta con una sonrisa— Tuve que parar a un costado y separarlos ¡porque se mataban acá arriba eh! Al final la pareja siguió viaje y el tipo quedó abajo. Pobre cornudo —menea la cabeza, en negación—.

También hay muchos personajes que suben con frecuencia. En La Plata, por la zona de Plaza Italia, siempre sube una señora de unos cuarenta años, con la cara arrugada y ropa harapienta que habla incoherencias sola. Sus temas de conversación son una mezcolanza de pedos, política, plata y chicos.

En Twitter, alguien creó una cuenta llamada “Experiencia Talp”, donde cuenta brevemente situaciones cotidianas que interpelan al colectivo. También hace retweet a las historias de terceros, que lo esperan hace rato, no pueden creer que viajan sentados, o descubren una familia de cucarachas viviendo entre los asientos. 

Actualmente las carrocerías para las unidades las fabrica “Italbus”, una empresa que carroza varias líneas urbanas. No siempre fue así, entre 1978 y 1985 la empresa Transporte Automotor La Plata también se dedicó a carrozar sus propios vehículos. Le compró la utilería a “Oncecar”, y estableció “Platacar”. Así comenzó a diseñar sus propios vehículos, y patentó dos modelos distintos que destacaban del resto de los colectivos. Un detalle característico era el parabrisas, que parecía estar mal encajado.


Mi viaje continúa por el centro de Hurlingham. Locales comerciales cerrados y restaurantes abiertos. Letreros poco luminosos y casas de uno o dos pisos. El Talp se escabulle por la diagonal, avenida Vergara, que me hizo acordar al camino Belgrano. Después de un par de kilómetros se convierte en la famosa Ruta 4, y pasa al lado de un gran Carrefour. 

El paisaje es un patrón que se repite. Atraviesa la zona comercial de los barrios, luego cuando se aleja un poco, aparecen las fábricas y empresas pequeñas. Abundan las distribuidoras, los mayoristas y los frigoríficos. Grandes galpones en predios enormes y poco iluminados. El Talp es el transporte de sus trabajadores y obreros. Después, algún descampado, reserva natural o campo; y otra vez zona de comercios.

La autopista del acceso oeste es el límite entre Hurlingham y Morón. La Ruta 4 continúa, y pasa por el predio del shopping Jumbo. Después abandona el camino de cintura para entrar al centro comercial de Morón, que es más grande. Las casas se convierten en edificios de departamentos, los locales son más espaciosos y hay más tráfico y peatones. Es en este punto donde el colectivo comienza a llenarse y se agotan los últimos asientos.

Una pareja que venía a los besos se baja entre Morón y La Matanza, y entran a una casona de neones llamada Horóscopo. Es uno de la seguidilla de albergues transitorios de la zona. La luz ultravioleta del micro incentiva a los fogosos. En la parada siguiente sube un travesti. El Talp atraviesa villa cariño de la zona oeste.

Al abandonar Morón, el 338 retoma la Ruta 4, transformada en doble vía y se encamina hacia San Justo. Otra vez aparece un Carrefour y un Sodimac a la orilla de la via, y más adelante, en el límite con La Matanza, hay un Walmart. Pero el supermercado más simbólico está en Cracova, unas cuadras más adelante. Allí, donde ahora se yergue un centro comercial, supo estar el Regimiento de La Tablada, donde una mañana de enero de 1989, un grupo de guerrilleros tomó a la fuerza el cuartel. Con la orden de recuperarlo, las tropas militares iniciaron un enfrentamiento que dejó 43 muertos. Las imágenes y archivos muestran cómo el barrio vio circular ese día tanques y cuadrillas del ejército, que finalmente derrotaron a las fuerzas paramilitares. Ese fue el último episodio de enfrentamientos militares en nuestro país.

Un inspector sube, acompañado por un aprendiz. Desde que se implementó la SUBE nunca había visto uno. Visten igual que siempre: camperón de la empresa, pantalón de vestir y zapatos; pero ahora tienen un aparato novedoso. En vez de pedir los boletos, el “chancho” pide la tarjeta, y la apoya a un costado de su dispositivo, que parece un posnet.
—Acá te marca un código, ¿ves? —le señala al aprendiz, que con un papel en mano revisa. —Este va hasta Varela.

El papel que el aprendiz tiene en la mano es una tabla con valores, que según entendí la explicación del inspector, indica hasta donde viaja el pasajero. Yo me pregunto cómo controlan si no hace más recorrido. En realidad, el aparato marca si el pasajero pagó o no el boleto; si no lo hizo lo hacen bajar y le corresponde multa. Pero todos los que están, pagaron. El inspector y su asistente terminan de controlar, se sientan y se suman al viaje.

A continuación, el Talp cruza la Autopista Riccieri, y atraviesa un enorme descampado donde hay una pista de aviación y un club de golf. Las casas nuevamente son bajas, y están mal iluminadas. El estado del camino es malo, tiene pozos y baches. En la parte de atrás, vamos a los saltos.

Marcos es un operario de una empresa de logística. Se sienta al lado mío, y entrecierra los ojos. Es gordo, y entra incómodo en el asiento. Tiene el pelo enrulado, sucio, y la ropa llena de manchas de aceite. Como no logra dormirse me busca charla.
—Siempre me cuesta dormir. Debe ser el miedo a pasarme de largo.
—Yo también tengo ese miedo —le confieso—. 
—Ya me pasó varias veces, es un garrón.
—¿Hasta donde vas?
—Llavallol
—Ah, cerca. Yo voy hasta La Plata —agrego.
—Una vez me quedé dormido y me desperté en La Plata. Un garrón.
—¿Y qué hiciste?
—Me pagué un hotel, ni en pedo me volvía.

Quedarse dormido en el Talp puede implicar hacer dos o tres horas más de recorrido, y tener que volver otras tres.

Después de Llavallol, la Ruta 4 hace una gran curva y enfila hacia el este, hacia Florencio Varela. Ya van dos horas y media de viaje, es casi medianoche y la marcha es intensa. El hombre de la estación tenía razón. A esta hora casi no hay necesidad de parar, y eso agiliza el recorrido.

En Florencio Varela comienza el Camino General Belgrano, y el Talp rumbea nuevamente hacia el sur. La rotonda de Alpargatas, bajo la Autopista Balbín, es el lugar donde desciende la mayoría de los pasajeros. El resto continúa, a sabiendas de que al largo viaje le queda poco recorrido.

La oscuridad absoluta es el Parque Pereyra Iraola, lugar de la academia de policía Juan Vucetich. El camino se interna entre los árboles que se convierten en quintas a partir de Villa Elisa. Una chica que viaja en el fondo y no para de charlar con una amiga sobre los problemas que tiene con el padre de su hija reconoce el lugar.
—¡Mirá, ya falta poco! Bah, poco... una hora más o menos —. Le comenta a su amiga.

El Camino Belgrano es la ruta lenta y paralela a la ruta rápida, el Camino Centenario. Sus semáforos, su único carril y la densidad del tráfico demoran, durante el día, cuarenta minutos un trayecto que a esta hora de la noche el Talp hace en veinte. Después, el micro entra a La Plata por avenida 13 hasta 44, y se dirige a la terminal, donde termina mi viaje, pero no el del micro que continuará hasta los galpones de 17 y 72.

La madrugada encuentra a la terminal semivacía. Un solo micro aguarda en las plataformas de larga distancia, y un Costera está estacionado en las plataformas interurbanas. Un puñado de personas espera en los bancos metálicos del medio, y otro par hace fila en la parada del Talp, que con frecuencia disminuída continúa circulando toda la madrugada. 

Las boleterías están cerradas, las luces de la confitería están apagadas, y el lobby silencioso. En la entrada a los baños está sentado un empleado de limpieza. Afuera, los taxistas fuman en ronda y conversan mientras aguardan algún pasajero. Es casi la una de la madrugada; el viaje duró poco más de tres horas, atravesó veintiséis barrios y localidades, cruzó tres autopistas y pasó más de diez rotondas, en poco más de 120 kilómetros. Respiro aliviado y empiezo a caminar a mi casa, con las nalgas dormidas. No me quejo, tuve suerte, hice el recorrido en tres horas, lo que de día habría tardado cinco. 

1 comentario:

  1. Muy entretenida la crónica del viaje. La verdad se lee una "tortura". Si bien lo que comentas del Costera es cierto, y no se si hay punto de comparación con la experiencia del TALP, como usuario hace casi dos años de la primera te digo que esta tiene sus cosas. A modo de ejemplo: en verano con el acondicionador de aire encendido, y según la ubicación del pasajero, podes ducharte por las perdidas del mencionado equipo; los días de bajas temperaturas prenden la refrigeración y en verano la calefacción; si lo vas a tomar en Capital a la hora pico podes esperar 40 minutos en subirte a uno; y al igual que en el TALP por ahí no conseguís asiento y te toca ir como anuncia el Chofer..."Paraditos". Saludos!

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