21 enero 2015

UN AIRE NOSTÁLGICO

Caminaba por el sendero del cementerio entre tumbas chatas y blancas. Algunas tenían flores frescas y otras estaban cubiertas de tallos secos. Desemboqué en una amplia calle asfaltada por la que de vez en cuando pasaba un auto. En un Ford azul, una mujer joven, vestida de negro, lloraba en el asiento trasero, mientras el chofer manejaba el coche lentamente, con una seriedad que se acentuaba por sus grandes anteojos negros.
Finalmente llegué al indicador, me detuve un instante hasta orientarme. Tomé nuevamente por un camino angosto, mientras continuaba observando las lápidas sobre las cuales asomaba mi metro ochenta. No sabía muy bien qué hacer ahí, nunca había ido a visitar a ningún muerto antes.
Al llegar a la tumba vi a un hombre flaco y alto, un poco encorvado, fumando un cigarrillo bajo un sombrero que ocultaba su rostro. Me puse a su espalda pero no se inmutó, continuó mirando serio la tumba. Yo en cambio pude detenerme a observarlo. Tenía un rostro añejado, de múltiples y profundos zurcos junto a alguna cicatriz con historia. Su cara angular terminaba en una pera pronunciada, y me llamó la atención su aspecto completamente sombrío y fuera de época, como si se hubiera disfrazado de tiempos mejores para recordar a algún viejo compañero de aventuras. Largos dedos con poca carne sostenían seguros un cigarrillo que poco a poco se iba consumiendo sin fumarse. A decir verdad, él también parecía un cigarro que se iba consumiendo poco a poco, sin fumarse.
Terminó la última pitada exhalando lentamente y dejando caer la colilla, para pisarla lentamente mientras abría otro atado. Recién ahí me animé a hablar.
-Un grande el gordo, ¿no?
Se mantuvo callado un largo rato encendiendo vaya a saber qué número de cigarrillo. Luego de cuatro pitadas por fin se dignó a voltearse y contestar con una voz ronca y gastada
-Era un poco gordo, es verdad
Habló en un castellano un poco bruto pero fluido
      -Me refería a que era un genio. Leí algunas novelas y un par de cuentos. ¿Usted lo conocía? ¿de dónde es usted? Porque argentino no es...
Otra vez quedó un largo rato en silencio, con sus ojos que miraban con misterio y curiosidad al mismo tiempo, analizando cada detalle, mío en este caso. Clavé fijamente mi vista en su mirada invasiva, y así estuvimos casi cinco minutos, desafiando al otro a no correr la mirada. 
      -Esta escena ya la he vivido ¿sabe? Puedo incluso adivinar cuál será su siguiente pregunta
Ciertamente no esperaba esa respuesta. Y menos aún de una persona con semejante aspecto. Un escalofrío me recorrió el cuerpo pero intenté que no se note. Me sentía muy raro, y eso lógicamente no me gustaba.
     -Mire, no juegue al misterioso conmigo. Es la primera vez que vengo a un cementerio, encima a visitar a una persona que no conocí en vida y me encuentro con alguien como usted que parece un zombie. Le pregunto de nuevo ¿de donde es usted?¿conocía a Soriano?
Pese a que le contesté con un tono agresivo, no pareció inmutarse. Largó humo por la nariz y esbozó una leve sonrisa de diversión.
     -Quédese tranquilo, que estoy vivo aunque reconozco que algo flaco. Mi nombre es Philip Marlowe, soy americano, e investigador privado.
Ahora sí lo reconocí de inmediato. Era el detective que Osvaldo conoció en Los Ángeles cuando fue a visitar la tumba de Stan Laurel para escribir sobre él y con quien había tenido unas raras aventuras.
     -¡Hubiera empezado por ahí, che! Soriano habló de usted en uno de sus libros, el primero creo que fue
     -¿Habló bien o habló mal de mí?
     -Yo diría que lo dejó a criterio del lector, pero mal no habló
Otro silencio de los que a mí me incomodan. No le hice caso y me quedé mirando la tumba. Él hizo lo mismo
    -¿Qué habrás dicho de mí, argentino panzón? - le reclamó.
Se quedó mirando con cierta nostalgia la pequeña tumba donde yace el escritor. Y ahora el que se sumió en un profundo silencio de respeto fui yo. Ambos estábamos ahora mirando fijamente las letras, él seguramente recordando las aventuras que habían tenido y yo simplemente curioseando y rindiendo homenaje a un tipo que no conocía pero que me sacó más de una sonrisa de diversión y admiración. Recién después de un tiempo rompí el silencio.
    -¿Es la primera vez que estás en Argentina? - ya tuteaba a Marlowe.
    -Sí, nunca había venido a su país
    -¿Quiere tomar un café? Yo invito
Entramos en un café con historia, de los que ya escasean en Buenos Aires, sobre la Avenida de Mayo. El tráfico era intenso y ruidoso, pero adentro estaba tranquilo. Pensé que era un buen lugar para charlar un rato.

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