06 septiembre 2013

EN UNA PIERNA


Vimos tu tobillo hinchado y supimos que perdíamos.

Ya en la previa estábamos inseguros. En la concentración todos con la cabeza gacha, dispersos o encerrados en sus habitaciones. Nadie hablaba del tema, como queriendo evitarlo. El clima a catástrofe inminente reinaba por todo el hotel. Confiábamos en nosotros, pero veníamos jugando muy mal y el único que nos salvaba eras vos. Partidos flacos, deslucidos, pobres que el periodismo se encargó de echarnos en cara y de preocuparse el doble -como siempre-. Te criticaban a vos porque todos esperaban que seas mágico como siempre, pero ya estabas más grande y más roto. La temporada pasada te habían surtido de lo lindo acá mismo, en Italia, porque no soportaban ver como alguien los dejaba en ridículo una y otra vez. Nosotros eramos unos matungos que bueno bueno. En casa destacábamos, es cierto, pero allá eramos medio pelo y nadie perdía oportunidad para hacérnoslo notar.

Sin embargo, pese a ser matungos teníamos unos huevos bárbaros y eso nos mantuvo en carrera, además de vos, claro. Pero esta vez sabíamos que eso no iba a alcanzar, que prácticamente estábamos liquidados y así partimos para el estadio. En el micro todos con los walkman que estaban de moda, empecé a ver a los chicos y me animé un poco. Pensaba que después de todo podíamos ganarle a esos hijos de puta, que los íbamos a eliminar y se iban a volver a casa llorando, total estabas vos y era cuestión de hacerte el pase nomás que la magia iba a aparecer y nosotros una, dos o tres pataditas, cerrados atrás y punto. ¿Cómo habíamos llegado hasta acá sino?. Parece que varios pensaron lo mismo y de a poquito nos fuimos soltando, y la música en cassete se transformó en cantitos por lo bajo que fueron aumentando de tono hasta volverse gritos eufóricos en un colectivo rebosante de alegría y ganas.

Así bajamos, con ganas, y entramos al vestuario para cambiarnos y arrancar con la rutina precompetitiva. Fuimos tomando los casilleros asignados por número, yo estaba al lado tuyo recuerdo, porque tenía la 11 y vos esa hermosa camiseta número 10 celese y blanca que tantas glorias nos dió. Me estaba poniendo las zapatillas para correr cuando lo ví. Nunca supe cómo podías caminar siquiera. Tu tobillo izquierdo era una masa irreconocible del tamaño de una pelotita de tenis. Hiciste como si nada me acuerdo y te pusiste rápido las medias para no asustarnos ni preocuparnos. Lo lograste con los demás, pero desde ese momento quedé traumado.

Por un lado te admiraba, te tenía mas ídolo que nunca. Por el otro me preocupaba, no sabía cuánto ibas a poder jugar con ese tobillo así, pero estaba tan envalentonado por lo de antes que me dejé creer... hasta que entramos a la cancha. ¿Sabrá alguien que no juega al fútbol lo que es el momento previo a entrar a la cancha? ¿Sabrá lo que se tensan los músculos, lo que late el corazón, las mil cosas que te pasan por la cabeza? lo dudo mucho. Entramos. No podíamos dar dos pases seguidos, no podíamos hacerte llegar la pelota. Y a vos te daban de lo lindo, te cagaron a palos, literalmente. La mitad de la cancha era llegar lejos. Y se comenzaron a suceder los tiros en los palos. Uno, dos, tres y perdí la cuenta o dejé de contar a propósito porque te juro que me iba. Si seguía contando tiros en los palos me iba. Así terminó el primer tiempo y ahí sí vino la debacle.

Entramos al vestuario destruidos, con la sensación amarga de casi estar armando las valijas y cuando estábamos sumidos en medio del silencio lo vimos. Te habías sacado la media no sé por qué, pero nos dejó pasmados. Yo lo había visto en la previa ya y había crecido fácil tres centímetros de diámetro. No era humano jugar con algo así donde tendría que haber piel y hueso. Pediste que te infiltraran, vino el médico y no podía hacer entrar la aguja de lo dura que estaba esa bola amorfa. Acto seguido agarraste la jeringa, apartaste al doctor y vos mismo te clavaste la cortisona con una mueca de dolor que me atravesó el alma.

¿Cuánto puede soportar un hombre por amor a su país, a un deporte? de mis ojos nunca se va a borrar esa imagen. Sentí hasta culpa por dejar que te peguen, por no poder hacer nada ahí afuera. Lo cierto es que si con el primer tiempo estábamos destrozados, despues de ver eso no estábamos mejor.

Salimos de nuevo a la cancha muy diferente a como entramos, el míster dijo una sola frase en los quince minutos de silencio, pero quedó para la posteridad. Esa frase -repetida luego hasta el hartazgo por todos- sumado a lo que vimos fue todo. Así tuvimos que volver a concentrarnos. Y seguimos jugando pésimo, y nos siguieron llegando, pero algo nos hizo click. Eramos hombres de nuevo, ¿cómo no íbamos a ser hombres con semejante tipo al lado? si vos te bancabas cada hachazo que dolía hasta en el alma.

Seguimos aguantando bombas que caían como el bombardeo a Londres en la segunda guerra mundial y seguían los tiros en los palos. Y seguíamos perdidos, creyendo y temiendo lo peor. Porque teníamos terror, aunque aguantabamos, porque intuíamos sabiendo lo mal que la estabamos pasando que iba a venir lo peor en cualquier momento. Les faltaban centímetros para embocarnos.

Pero apareciste vos. Cuando más lo necesitabamos, cuando ya no creíamos, cuando no había forma. La agarraste -de nuevo, como en el '86- en la mitad de la cancha y encaraste. Yo estaba atrás y lo vi clarito. Te dejaron medio centímetro y encaraste. Uno atrás y dos que se convirtieron en tres, otra vez histórica apilada. Y cayéndote sacaste, estiraste la derecha para habilitar al pájaro. Solo frente al mejor arquero del momento quedó él y sólo necesitó correrla apenitas para el costado para que el arco quede a su merced y empujarla.

1 a 0 y a cobrar, ante mi cara de asombro y la cara indescriptible de los brasileros que jamás de los jamases van a entender cómo quedaron afuera aquella tarde italiana, aquel mediodía argentino. Y yo fui testigo, bien clarito de cómo lo hiciste Diego. Porque en el 86 hiciste lo mismo pero yo no estuve como esta vez sí, para gritarlo con el alma, para romperme la garganta y luego romper en llanto. Para que se me ponga la piel de gallina a más no poder y caer de rodillas a los pies de el mejor jugador de la historia. Una apilada, un pase y los brasileros, nuestros eternos rivales, afuera de la copa contra nosotros ni más ni menos.

Por eso te voy a estar eternamente agradecido Diego, por hacerme hombre en ese momento difícil, por ese pase y sobre todo por bancarte la que venga. Por eso Diego, eternamente gracias.


-Esto no fue real, sólo es un cuento. O quizá sí fue real, y yo lo relaté tal y como fue. Lo realmente cierto es que los brasileros nunca pero nunca pudieron humillarnos como lo hicimos ese día.-

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