29 julio 2015

IMPREVISTOS

Como todo estudiante del interior en La Plata, volví varias veces de vacaciones a mi casa, en Esquel. Pero la nieve hizo que éste viaje en particular no me lo olvide nunca.





 Cuando uno prepara un viaje al sur en invierno debe saber que en cualquier momento puede encontrarse con un imprevisto. Hielo en la calzada, nevadas, vuelos que se cancelan, micros que no salen, incluso rutas cortadas. Por eso cuando me subí al micro en la terminal de La Plata con destino a Bariloche -y luego a Esquel- me predispuse a un viaje largo y lento.
Soy viajero frecuente, hago dos veces por año (cuatro, contando ida y vuelta) el mismo recorrido. Conozco cada parada, sé de las treinta horas seguidas de viaje con media hora de espera en Cipoletti y una o dos en Bariloche. Por eso a la mochila de viaje le agregué El Largo Adiós de Raymond Chandler. También puse un equipo de mate, algo que rara vez hago cuando viajo en micro ya que prefiero estar lo más ligero de equipaje a bordo posible.

Como suele suceder en las vacaciones de invierno, el colectivo fue completado con pasajeros a Bariloche. Lo supe cuando en vez de doblar en diagonal 74 para subir a la Autopista La Plata Buenos Aires para ir a la terminal de Retiro, para mi sonrisa dobló en la avenida 32 y así salir directo por la avenida 44. Compartí viaje con una chica de mi edad, de Bariloche.

El viaje hasta Cipoletti fue normal. Incluso llegamos antes de lo previsto, cuatro y media de la mañana. Allí bajamos, como siempre, para que el vehículo tenga su servicio de siempre. Luego del mantenimiento continuó viaje, aunque tampoco se detuvo en Neuquén. En la meseta neuquina, antes de llegar al puente Collón Cura el amanecer nos sorprendió con mucho hielo y nieve.

Me puse a conversar con mi compañera, aunque nunca nos presentamos. Me contó que hacía esquí de travesía, con la mamá y el novio que es guía de montaña. El esquí de travesía utiliza unos esquíes especiales con “piel de foca” sintética que permite un agarre diferente a la nieve, las botas también son diferentes porque sólo tienen fijación en la punta, dejando el talón libre. Se utiliza una técnica que desliza el esquí cuesta arriba, en una especie de caminata. Es común que esta actividad se realice en cerros vírgenes donde no hay medios de elevación. Ella hacía eso. Claro, hay que ir acompañado de un guía de montaña y equiparse con ARVA, Sonda y radio, útiles en caso de avalancha. Una vez que se sube la ladera, se da vuela la fijación del talón, se quita la piel de foca sintética y se baja la montaña esquiando, quizás en lugares donde nadie ha esquiado antes. Esa es la emoción de esta actividad, para los más osados aventureros que gusten de un desafío mayor que el esquí o el snowboard.

Pese al tramo de hielo y nieve, la ruta estaba óptima para transitar. Y luego del puente, ya con más sol, no había nieve ni hielo, así que el micro no se retrasó. Por el contrario, arribé a la terminal de Bariloche un poco pasado el mediodía, cuando el pasaje indicaba las dos de la tarde como hora de llegada. Para mi sorpresa, la terminal estaba atestada de gente, como nunca antes la había visto. En general, la terminal de Bariloche -que es muy pequeña para una ciudad destino internacional- suele estar semivacía, exceptuando al pequeño bar que tiene que siempre está lleno.

Lo que sucedía es que la ruta 258 entre Bariloche y El Bolsón estaba cortada desde el día anterior por la gendarmería a causa de la nieve y el hielo. Entonces muchos quedaron varados en la terminal a la espera de la apertura de la misma. Cuando yo llegué recién habían abierto el paso. Hasta ese momento compartía colectivo con otros tres amigos de Esquel, que también venían de La Plata. Ellos tenían pasaje a Esquel para las 3 y 6 de la tarde. Yo no tenía pasaje. Y por este imprevisto, escaseaban.

Mientras ellos se sentaron a esperar, yo empecé desesperadamente a buscar pasaje, temiendo que se agoten. El que lea esta nota seguramente pensará lo mismo que mis amigos pensaron en ese momento: “¡qué boludo! ¿cómo no sacó pasaje antes?”. El manual del viajero indica que no hay que dejar nada – o lo menos posible - librado a la suerte.

Sucede que mis amigos organizaron un asado para ese mismo sábado a la noche. Yo sí o sí debía salir ese viernes. Desde la empresa no me quisieron vender el pasaje Bariloche – Esquel de las 15:00, sólo el de las 18:00. Como a Esquel hay un mínimo de cuatro horas, iba a llegar muy sobre la hora Y nunca tarda cuatro horas. Así que decidí llegar a Bariloche primero y allí sacar pasaje con la empresa que primero me deje en Esquel, si era la misma, mejor. Me fijé en internet y pasajes había de sobra -más de 80 lugares entre todos los horarios-. Claro que se agotaron ante esta situación. Finalmente, tras la desesperación de no conseguir nada, encontré una ubicación disponible para las 17:00 en otra empresa. ¡Gracias! Dije. Incluso llegaba a tiempo para el asado, aunque lo importante ya no era el asado, sino llegar a casa así sea a la madrugada. Al final terminó siendo la mejor opción, porque los colectivos de mis amigos venían atrasados y terminaron saliendo mucho después que yo.

Una vez con el pasaje en mano, aliviado, pero con cuatro horas de espera por delante, me volví a reunir con mis amigos y preparé el mate. Pensar que estuve a punto de dejarlo afuera de la mochila... En esas horas la terminal fue un caos. Me encontré mucha gente de Esquel que llegaba, otra que se iba, todos que esperaban. Lo mejor de toda la terminal es una máquina termo que está afuera y da agua caliente gratis. Así que tomamos en esas horas cuatro termos completos.

A las cinco en punto salió mi colectivo. La ruta estaba muy pero muy difícil, más de medio metro de nieve sobre la banquina en algunos lugares. El paisaje, de ensueño. Montañas completamente blancas, con pinos nevados que llegaban hasta la orilla de los lagos Mascardi, Guillelmo y Gutiérrez. Y un piloto osado que con buen ritmo tomaba curva y contracurva mejor que un piloto de Fórmula 1.
Esta vez se sentó a mi lado un chico, un poco más grande que yo. Tampoco nos presentamos. Era de Bariloche, pero iba a El Bolsón a pasar el fin de semana. Trabajaba de chocolatero. Su función es manejar la máquina de chocolate. Me contó sobre la preparación que le tocaba a él: chocolate con maní. En la planta, cada obrero tiene una especialización. Algunos hacen chocolate en rama, otros los bombones, otros los que tienen licor. Él tenía que poner una enorme bandeja de chocolate, a punto justo, luego una capa de maní y después nuevamente chocolate. Así durante todo el día, de lunes a sábados, de ocho a dos de la tarde. Me comentaba orgulloso que producía hasta 200 kilogramos de chocolate por día. Eso luego se vendía en todas las chocolaterías típicas de la ciudad. Me contaba también que los hermanos Fenoglio son dueños de todas, cada uno de una o dos diferentes. Y que el cacao lo traen de Brasil, aunque dicen que lo importan de África. También me instruyó sobre la temperatura justa para derretir el chocolate. Un grado menos y la máquina se traba, un grado más y la mezcla es tan líquida que pierde el gusto y hay que hacerla de nuevo.

La conversación animada siguió hasta El Bolsón, yo le comenté qué estudiaba y hablamos también sobre eso. En El Bolsón se bajó y yo seguí durante un tramo sin compañía. Ya había oscurecido, pero la nieve blanca se reflejaba tras el vidrio empañado. Me acordé de Chandler y me puse a leer. En Epuyén subió una señora, ya eran las nueve de la noche, mis amigos debían estar en el salón con el cordero plantado, casi a punto. Yo tenía un par de horas más de viaje. Seguí con la lectura.

Finalmente, pasadas las once de la noche, con dos horas de atraso el micro entró a Esquel. En la terminal me esperaba mi familia, pero yo tenía la cabeza puesta en el asado. Saludé y felicité al chofer, que tenía que seguir hasta Puerto Madryn. Llegué a casa, prendí el celular y me alegré de haber vuelto. Volví al baño, a mi baño. Lo extrañaba. En los viajes mi cuerpo tiene la capacidad de aguantar, pero cuando llego a destino tengo que ir al baño enseguida, ustedes me entenderán. Me bañé y fui al salón. Allí estaban todos mis amigos, y estaba el cordero, o lo que quedaba de él -que no era poco-. Me serví, me senté y me tranquilicé. Después de treinta y tres horas de viaje, odisea incluida, estaba en casa.

01 mayo 2015

EL DESAFÍO

En toda la provincia de Buenos Aires hay ríos y lagunas donde se puede practicar la pesca, generalmente de Pejerrey, apenas a unas horas en auto de Capital Federal.



Imagen tomada por Montypeter - Freepik.com



Toco timbre en lo de mi abuelo y al ratito me abren. Paso al fondo porque él está en el patio, sentado en cuero bajo el carrito que ya está enganchado al auto y con la lancha encima. Engrasa los rulemanes del eje del trailer porque “con el agua de la laguna se lava la grasa y se pueden partir si están secos”, me explica. “Llegaste justo”, me dice “para hacer fuerza”. Es sábado y para ser las seis de la tarde hace bastante calor. El plan es ir a pescar al otro día, temprano. Pero un día antes hay que tener todo listo. Mi abuelo tiene todo listo ya hace dos.

Jorge tiene una vida entera pescando. Yo soy su aprendiz. Ha salido de pesca con su padre, sus hermanos, sus amigos, sus hijos y ahora sus nietos. Por eso hace varios años se compró la lancha que todavía posee, Olaf. También hay varias cañas de antigua o nueva data, líneas, señuelos y todo lo que uno pueda llegar a necesitar. No aguanta mucho tiempo sin pesca. Por eso cada tanto cuando charlo con él sale con la pregunta “¿cuándo vamos a pescar?”. A veces la hace sutilmente, “tengo ganas de ir a pescar un día de estos”. Yo sé que por un día de estos se refiere al fin de semana próximo. O lo antes posible, porque como es jubilado puede salir cualquier día, siempre respetando los dos de preparación.

No cualquiera se levanta un domingo a las seis de la mañana. Nosotros sí. Pongo la pava para desayunar unos mates y mientras tanto él a paso lento ultima la preparación. Está en todos los detalles, pero siempre falta algo. Desayunamos y otra vez la pava al fuego, ahora para el termo en el camino, que es lo último que se va a cargar en el auto. Todavía no amanece, el cielo está apenas celeste.

Salimos de City Bell, donde vive, por la calle Once -467- que la asfaltaron hace poco hasta la ruta 36 “por los countries que hay” dice mi abuelo. A medida que avanzamos las casas se van convirtiendo en quintas y después en campo. No hay tránsito, es domingo. Una niebla espesa completa el lúgubre paisaje mañanero. Once termina en la Ruta 36, que empalma con la avenida 520 y finalmente se llega a la ruta 2, la popular autovía que une Capital Federal con Mar del Plata.
En el kilómetro 71 paramos en un puestito en el medio de la nada que vende carnada viva, infaltable para la pesca de pejerreyes. No había nadie pero de repente aparecen cuatro autos más, algunos también con lanchas a comprar carnada. Seguimos viaje tomando mate y más o menos a las nueve de la mañana llegamos a Chascomús.

El abuelo conoce Chascomús de memoria. Es uno de los sitios más comunes de pesca, no sólo para él sino para un montón de personas que piensan igual. Tiene una serie de cualidades que la hacen popular destino de pesca y recreación: la cercanía con la capital provincial y del país, el verde paisaje, el tamaño de la laguna y la ciudad que está a sus orillas. Un camino de asfalto la bordea completamente. En la orilla opuesta a la ciudad hay una pequeña villa de fin de semana, y una guardería para embarcaciones. “Antes no era así” hace memoria Jorge. “El camino era de tierra y no daba toda la vuelta”.

Bajamos del auto en la guardería de lanchas. Lo que más me llama la atención es que el único día que no abren es los martes. No pregunté por qué. El auto queda en un estacionamiento, la lancha es enganchada a un tractor y nos dan una escalera para subirnos. “¡Qué lujo!” se sorprende el abuelo. Tiene problemas de cadera y de otra forma hubiera sido más difícil subir. Con el tractorcito nos bajan a la laguna y se llevan el trailer. Diez menos veinte estamos ya embarcados. Preparamos las líneas, encarnamos con mojarritas y comienza la jornada de pesca.

El estilo de pesca en el interior bonaerense es muy distinto al del sur de donde vengo. Las líneas tienen entre tres -lo más común- y siete boyas de colores llamativos, cada una con un anzuelo. Cada anzuelo es encarnado con mojarras vivas o muertas. El agua arrastra las boyas lejos de la embarcación y uno debe esperar pacientemente a que haya algún pique. Lo nota porque una o más boyas rompe la fila india y comienza a hundirse o arrastrarse hacia el costado. Inmediatamente hay que cañar, es decir, tirar con fuerza la caña hacia atrás. Así se engancha el pejerrey y es una pesca segura.

“Hoy te lleno de escamas” me dice el abuelo. Eso quiere decir que la competición, amistosa pero en serio, comenzó. Gana el que saque más pejerreyes. Otra diferencia con la pesca en el sur, donde la competencia es por ver quién saca la pieza más grande, que generalmente se devuelve porque no abundan. Acá hay pejerreyes de sobra. “Los siembran” me ilumina mi abuelo. Entonces podemos llevar todo lo que saquemos, que no debería ser poco. Al ratito veo que Jorge hace un cañazo y saca algo, pero putea. “Un dentudo, bichos feos si los hay”, se lamenta. Yo pregunto si no cuentan, al fin y al cabo es un pescado. Él me explica que no los cuenta porque no sirven, están llenos de pinches y por eso no se comen. En seguida tiene otro pique, esta vez sí es un pejerrey. Empiezo perdiendo uno a cero.

La laguna de Chascomús es grande y está dividida imaginariamente por sectores que han marcado los pescadores para referenciar zonas de pique. Algunos prefieren pescar cerca del cementerio, porque dicen que ahí están la mayor cantidad de peces. Nosotros estamos frente a la casona amarilla, una casa en la orilla con un estilo colonial y que resalta al paisaje por un particular color amarillo chillón. Para mí no hay mucho de particular en cada zona, todo es agua y por ende en cualquier parte puede haber igual cantidad de peces, pero no contradigo a alguien con experiencia en la superstición de la pesca.

A las once de la mañana Jorge saca la canasta con la vianda y el jugo. Desayunar a las seis de la mañana tiene la gran desventaja de que el hambre reaparece temprano. Por suerte hay empanadas y pizza, frías. Sigo perdiendo pero por inexperto, porque tengo varios piques que no puedo capitalizar. Me importa poco cuando tengo una empanada en la mano para degustar, sé que voy a sacar algo. Realmente disfruto más la salida que la pesca. El hecho de estar en el campo, respirando aire puro fuera de la ciudad y la facultad me resulta más gratificante. El resto es un plus. Por eso cuando al rato saco el primer pejerrey sonrío y me siento satisfecho. Cuando le digo a Jorge que mi día ya está hecho me mira y me dice “¿estás loco, nene? ¡no sacaste nada todavía!”. Tiene razón, pero yo estoy feliz igual.

Tras media hora de poco pique y ningún pescado prendemos nuevamente el motor y nos adentramos más en la laguna, siempre en la zona de la casona amarilla. El abuelo saca una bolsa con mucho olor a pata. “Es el cebo” me dice, antes de que yo pregunte. Lo diluye en agua y tira un poco a la laguna. Yo me pregunto si eso atrae a los peces o los espanta. Al parecer sirve porque empiezan a sucederse las boyas que quieren escaparse. Para las doce y media doy vuelta el resultado seis a cinco, sin contar el par de dentudos que sacamos por lado, maldición mediante.

Siempre falta algo. Jorge se olvidó una visera y yo el protector solar. Uno no se da cuenta, pero el sol de a poquito va asando pieles. El reflejo en el agua también ayuda y de paso molesta a la vista. Yo tengo piel muy blanca y sensible, con experiencia en quemaduras así que me veo venir el ardor del día despues. Voy rotando la posición en la lancha para al menos quemarme parejo, pero la espalda sin dudas se va a llevar la peor parte. En ese momento sólo importa la pesca.

Entre anécdotas de pesca anteriores y varios cambios de línea, el abuelo se me arrima a dos. Pero esta vez la suerte está de mi lado, saco un par de pejerreyes más cuando se van haciendo las cuatro de la tarde, la hora pactada como el fin de la competencia y la vuelta a tierra. Pido la hora al réferi, pero alarga el partido todo lo posible ante su inminente derrota. No puede eludirla y termino triunfante la jornada por primera vez, con un score de quince a once. Volvemos a tierra, yo estoy contento por la salida y por el resultado, es la primera vez que le gano a mi abuelo. Las otras veces siempre me había “llenado de escamas”.

Nos buscan con el tractor y nos suben secos a tierra. Cansados, pero contentos volvemos a enganchar el trailer con la lancha al auto, pedir agua para el mate y disponernos a volver a casa. En el espejo noto que el sol hizo su trabajo y me dejó completamente colorado, pero sonrío, valió la pena. Así, empezamos a desandar el camino hecho, entre bromas y comentarios sobre la jornada que acaba de terminar. La victoria tiene otro condimento, es revancha de la partida de ajedrez que me ganó la última vez que nos habíamos visto.

Jorge se queja de los dolores de cadera, que no le permitieron disfrutar como él hubiera querido. La mirada fija en la ruta está preocupada, piensa y dice que fue quizá su última salida. “Ya estoy grande para estas cosas” rezonga, “pero a vos te voy a sacar bueno” me dice y sonríe. Yo no estoy tan seguro, pero sonrío igual, porque gané mucho. Gané una salida de la rutina, gané una jornada de disfrute con el abuelo y gané el desafío de pesca. Más no puedo pedir. El cansancio por fin me vence y aunque voy de acompañante me duermo igual que cuando tenía cinco años y volvía de pescar, en el asiento de atrás.



20 marzo 2015

RUIDOS

Silencio.
Volvió a perder Gimnasia, una gota que colmó el vaso de mi pésimo día.
Silencio.
Afuera, la noche llegó junto con el viento que sopla animado anunciando que mañana oficialmente es otoño.
Silencio.
El día se llevó mi alegría y la noche me deja la pena como humilde compañía.
Silencio.
Es viernes, pero todavía no lo sospechan las calles que se van a enterar entrada la madrugada con los primeros alcoholes.
Silencio.
El silencio inevitablemente hace ruido en mi cabeza que no para de pensar los motivos de las penas.
Silencio interrumpido.
Atahualpa en su guitarra desde la web que no conoció ejecuta unas melodías tristes que hacen blanco en mis sentimientos.
Música.
Se lava el alma con gotas gordas que reflejan mi desdicha, Atahualpa desde la web me compadece y sigue tocando sólo para mí con su guitarra.
Música.
La lunita tucumana hoy no apareció en La Plata. Pero aparece en mi cabeza con la guitarra de Atahualpa y la voz de mi abuela.
Música.
El recuerdo de Marta acurrucándome con la Lunita Tucumana me hace tener de nuevo cuatro años.
Silencio.
Es ella, acurrucándome para que no esté solo con estas penas. Se presenta como lágrimas, pero es ella.
Silencio.
En uno de los departamentos cercanos discute una pareja. Ella llora, él habla con voz de culpa. Al final, siempre hay alguien que está peor que uno.
Silencio.


10 marzo 2015

MOTIVOS QUE A NADIE LE IMPORTAN SOBRE POR QUÉ BANCO A BIELSA




 Pido perdón de antemano. En este lugar intento -créanme que lo hago- no hablar de fútbol, o al menos hacerlo lo menos posible y de forma sutil. Pero otra vez me gana mi genio, una madrugada de martes que me encuentra inspirado.
  Es que hace unos días volvió a hablar Marcelo Bielsa y volvió a decir algo interesante. Cito textual:
 "Tengo claramente visualizado que en los procesos negativos todos te abandonan. Los medios de comunicación, el público y los futbolistas. Y eso es natural, es propio de la condición humana. Nos acercamos al que huele bien y el éxito siempre mejora el aroma del que lo protagoniza. Y nos alejamos del que huele mal y en la derrota hace que seamos mal olientes. Esto no es un reclamo, es la descripción de algo que llevo 30 años viviendo y que se repite en cualquier actividad humana. Nadie te acompaña para ayudarte a ganar y todos te acompañan si has ganado. Es una ley de la vida".
  Encaro semejante frase con la sobriedad de analizarla y me sirve de puntapié para seguir moldeando la identidad futbolera que habita en mí, y que creo debe habitar dentro de cada persona que ame este deporte. 
  No puedo estar más cerca de otra ideología que no sea la de este sujeto. La coherencia entre sus palabras y sus actos, el pensamiento sobre el deporte más allá del deporte, más allá del negocio y más allá del juego. El trabajo, siempre el trabajo, y la importancia de las formas. Todo eso admiro de un tipo tan querido como menospreciado y ninguneado, tildado ni más ni menos que de "fracasado".
  Es que en el fútbol siempre va a existir ese debate que parece tener recursos infinitos sobre el resultadismo versus las formas. Traducido en Argentina como Bilardistas versus  Menottistas.
  Al parecer, toda filosofía y forma de entender el juego en nuestro país se reduce a estas dos personas que impulsaron sus dos métodos completamente opuestos. Todo entrenador aplica una forma diferente de armar, entrenar y dirigir sus equipos pero al final se termina reduciendo a una de estas dos antes mencionadas.
  Bilardo básicamente expresa que el resultado lo es todo. Alumno de Osvaldo Zubeldía, llevó aún más allá la idea de un juego basado en el trabajo exhaustivo de cada detalle táctico incluso aquellos al límite del reglamento, cualquiera sea válido para lograr lo único que según él importa: ganar. De esta forma consiguió ser Campeón Mundial con Argentina en el año 1986, y subcampeón en 1990, además de ganar un torneo local con Estudiantes de La Plata.
  Menotti, en cambio, es el pregonero nacional del fútbol total de Rinus Michels. Para él no alcanza con ganar, hay que desplegar un juego vistoso y atractivo para un espectáculo como es el fútbol. La técnica es lo más importante, el juego asociado, colectivo y ofensivo. Así fue Campeón Mundial en 1978 con Argentina, y recordado campeón con Huracán en 1974. Además de un par de títulos con el Barcelona.
  Yo sin embargo, no adhiero a ninguna de las dos filosofías planteadas como las únicas. Ni Bilardo por su "antifútbol", denominado así por utilizar formas siempre al límite del reglamento (desde perder tiempo hasta el famoso bidón de 1990, que me generan rechazo) ni tampoco Menotti, esclavo de la obligación de jugar de forma vistosa AÚN sin recursos para hacerlo, porque muchas veces como dice la popular frase, el fútbol es para vivos.
 Sí rescato cosas de ambos, el trabajo duro y la táctica de Carlos y la constante búsqueda de las formas de César Luis.
  En ese interín aparece un tipo como Marcelo Bielsa, el causante de todo este texto, de toda esta admiración. Alguien que viene de una familia acomodada y culta -algo raro en el ambiente futbolístico- que tenía como destino familiar ser un importante contador, abogado, político, ingeniero o algo similar. No por nada su hermano Rafael es un político de renombre. Sin embargo a él lo movió otra pasión, su pasión: el fútbol. Y aplicó allí la filosofía familiar de perseguir la excelencia. Tanto que cuando vio que su futuro como futbolista era sólo ser un jugador más en el ascenso o en la primera, decidió retirarse y dedicarse a entrenar. Un enorme acierto.
  Para no hacer largo el asunto simplemente voy a mencionar que comenzó como DT en Newell's siendo campeón argentino dos veces y una vez subcampeón de américa. Luego fue el turno de Vélez donde consiguió su tercer y último campeonato nacional. En el medio un paso por dos clubes mexicanos, sin éxito. De Vélez al Espanyol, donde duró seis partidos y llegó al lugar que siempre quiso: la Selección Argentina. Arrasó en las eliminatorias 2002, pero en el Mundial llegó su más grande fracaso, desilusión y de allí nació su crítica más grande por parte del público: quedó fuera en fase de grupos, siendo Argentina la gran candidata a llevarse el título. No renunció y luego de eso consiguió la Medalla de Oro en los JJ.OO. de Atenas 2004. Se retiró y volvió en 2007 para dirigir a Chile, clasificando con holgura y llegando a octavos de final del mundial 2010 con una siempre modesta selección. En 2011 agarró al Athletic Bilbao y se quedó en las puertas de la gloria: Subcampeón de la UEFA Europa League y de la Copa del Rey. Actualmente dirige al Olympique de Marsella y lo lleva tercero a falta de 10 fechas.
  Pero voy a dejar todo esto de lado para centrarme en lo que me incumbe y motiva a escribir: su filosofía, lo más cercana a la mía. Un tipo correcto en un mundo lleno de incorrectos. ¿cómo no bancar e idolatrar a alguien así? perseguidor del trabajo arduo y la táctica quisquillosa, pendiente de todo detalle propio y del rival (hola, Bilardo). Pero también preocupado por las formas, por el espectáculo y por el ataque (hola, Menotti). No encuentro en otro entrenador una mejor combinación de ambas filosofías que en él. 
  Su forma de tratar con los jugadores también es muy parecida a la de Bilardo, por ejemplo. Y la locura es algo que caracteriza a ambos personajes de nuestro deporte. Su forma de tratar ante la prensa es más parecida a la de Menotti, sobre todo desde lo discursivo. Pero la coherencia -Sacheri le llamó Honradez a esta cualidad de Bielsa- y el uso de un amplio léxico para hablar de fútbol, así como sus extensas conferencias marcan un sello personal.
   Voy a parar de adularlo, amén de parecer un chupamedias de Marcelo. Se ha equivocado, mucho y en grande. En 2002 estuvo su mayor error, que lo llevó a quedarse fuera del Mundial. Ha perdido campeonatos increíbles como aquella Copa América de 2004. Y fracasó en México también. Su principal defecto es lo testarudo, aunque para algunos es también cualidad. Para mí no.
  Creo que el fútbol es para vivos, y la avivada surge en situaciones donde uno rompe con sus esquemas. Bielsa siempre murió en la suya, aún cuando pudo haber roto esquemas y haberse "avivado" (no al punto de hacer tiempo, usar bidones con laxante o esconder pelotas) para conseguir un resultado, y no lo ha hecho.
  Pero también creo que el fútbol no se traduce a un resultado y allí hay un paralelismo con la vida en general: hay que cuidar el camino. Y también ser consciente de que el éxito, esa codicia de mucha gente (que lleva a corromper ideales y a tomar atajos para conseguir objetivos y resultados), es pasajero. El éxito es efímero y antinatural. Y es la enseñanza y la filosofía más importante y rescatable de Bielsa. Porque está llena de humanidad, y porque aplica en cualquier ámbito de la vida cotidiana. 
  ¿Cuánta gente se desvive por el éxito personal, sin fijarse en las formas para conseguirlo? ¿cuánta gente "gana"? ¿cuánto tiempo "gana"? ¿qué pasa con los que "pierden"? ¿no sirven?. Para Bilardo no, para Bielsa sí. En Argentina -y según Marcelo, por experiencias de él en todo el mundo- se tiene al Bilardismo, al exitismo. A formar fila detrás del que gana sin importar cómo lo hizo. A buscar resultados y no formas, a dejar en las sombras a abandonar a los que pierden.

  Todos queremos ganar, yo también. Bielsa es un ganador. Un ganador que fracasó varias veces y aprendió que ése es el estado natural de las cosas. Que rara vez se triunfa, pero que no hay que desanimarse en la derrota para poder llegar a la victoria. Y que una vez allí no hay que olvidarse que no es para siempre, que es una condicion más bien efímera, pasajera. Entonces no hay que subirse a ese derrotero llamado exitismo, sino trabajar bien duro cuidando las formas y respetando los ideales propios para fracasar las veces que sea necesario antes de ganar. Y si no se llega, no importa, siempre habrá otra oportunidad.
  Y lo mejor y más importante de todo, es que lo ha cumplido. Ha fracasado y ha ganado sin renunciar a sus formas ni a sus ideales, sin subirse jamás a la soberbia del éxito, y ha hecho todo lo que ha dicho. Honradez.

Pido perdón de nuevo, por la extensión y por la adulación -quizá excesiva- a este personaje. Es que, sepan entender, me parece enorme. Igual de enorme que Bilardo para los Bilardistas, igual de enorme que Menotti para los Menottistas. Así, simplemente, Bielsista.

21 enero 2015

UN AIRE NOSTÁLGICO

Caminaba por el sendero del cementerio entre tumbas chatas y blancas. Algunas tenían flores frescas y otras estaban cubiertas de tallos secos. Desemboqué en una amplia calle asfaltada por la que de vez en cuando pasaba un auto. En un Ford azul, una mujer joven, vestida de negro, lloraba en el asiento trasero, mientras el chofer manejaba el coche lentamente, con una seriedad que se acentuaba por sus grandes anteojos negros.
Finalmente llegué al indicador, me detuve un instante hasta orientarme. Tomé nuevamente por un camino angosto, mientras continuaba observando las lápidas sobre las cuales asomaba mi metro ochenta. No sabía muy bien qué hacer ahí, nunca había ido a visitar a ningún muerto antes.
Al llegar a la tumba vi a un hombre flaco y alto, un poco encorvado, fumando un cigarrillo bajo un sombrero que ocultaba su rostro. Me puse a su espalda pero no se inmutó, continuó mirando serio la tumba. Yo en cambio pude detenerme a observarlo. Tenía un rostro añejado, de múltiples y profundos zurcos junto a alguna cicatriz con historia. Su cara angular terminaba en una pera pronunciada, y me llamó la atención su aspecto completamente sombrío y fuera de época, como si se hubiera disfrazado de tiempos mejores para recordar a algún viejo compañero de aventuras. Largos dedos con poca carne sostenían seguros un cigarrillo que poco a poco se iba consumiendo sin fumarse. A decir verdad, él también parecía un cigarro que se iba consumiendo poco a poco, sin fumarse.
Terminó la última pitada exhalando lentamente y dejando caer la colilla, para pisarla lentamente mientras abría otro atado. Recién ahí me animé a hablar.
-Un grande el gordo, ¿no?
Se mantuvo callado un largo rato encendiendo vaya a saber qué número de cigarrillo. Luego de cuatro pitadas por fin se dignó a voltearse y contestar con una voz ronca y gastada
-Era un poco gordo, es verdad
Habló en un castellano un poco bruto pero fluido
      -Me refería a que era un genio. Leí algunas novelas y un par de cuentos. ¿Usted lo conocía? ¿de dónde es usted? Porque argentino no es...
Otra vez quedó un largo rato en silencio, con sus ojos que miraban con misterio y curiosidad al mismo tiempo, analizando cada detalle, mío en este caso. Clavé fijamente mi vista en su mirada invasiva, y así estuvimos casi cinco minutos, desafiando al otro a no correr la mirada. 
      -Esta escena ya la he vivido ¿sabe? Puedo incluso adivinar cuál será su siguiente pregunta
Ciertamente no esperaba esa respuesta. Y menos aún de una persona con semejante aspecto. Un escalofrío me recorrió el cuerpo pero intenté que no se note. Me sentía muy raro, y eso lógicamente no me gustaba.
     -Mire, no juegue al misterioso conmigo. Es la primera vez que vengo a un cementerio, encima a visitar a una persona que no conocí en vida y me encuentro con alguien como usted que parece un zombie. Le pregunto de nuevo ¿de donde es usted?¿conocía a Soriano?
Pese a que le contesté con un tono agresivo, no pareció inmutarse. Largó humo por la nariz y esbozó una leve sonrisa de diversión.
     -Quédese tranquilo, que estoy vivo aunque reconozco que algo flaco. Mi nombre es Philip Marlowe, soy americano, e investigador privado.
Ahora sí lo reconocí de inmediato. Era el detective que Osvaldo conoció en Los Ángeles cuando fue a visitar la tumba de Stan Laurel para escribir sobre él y con quien había tenido unas raras aventuras.
     -¡Hubiera empezado por ahí, che! Soriano habló de usted en uno de sus libros, el primero creo que fue
     -¿Habló bien o habló mal de mí?
     -Yo diría que lo dejó a criterio del lector, pero mal no habló
Otro silencio de los que a mí me incomodan. No le hice caso y me quedé mirando la tumba. Él hizo lo mismo
    -¿Qué habrás dicho de mí, argentino panzón? - le reclamó.
Se quedó mirando con cierta nostalgia la pequeña tumba donde yace el escritor. Y ahora el que se sumió en un profundo silencio de respeto fui yo. Ambos estábamos ahora mirando fijamente las letras, él seguramente recordando las aventuras que habían tenido y yo simplemente curioseando y rindiendo homenaje a un tipo que no conocía pero que me sacó más de una sonrisa de diversión y admiración. Recién después de un tiempo rompí el silencio.
    -¿Es la primera vez que estás en Argentina? - ya tuteaba a Marlowe.
    -Sí, nunca había venido a su país
    -¿Quiere tomar un café? Yo invito
Entramos en un café con historia, de los que ya escasean en Buenos Aires, sobre la Avenida de Mayo. El tráfico era intenso y ruidoso, pero adentro estaba tranquilo. Pensé que era un buen lugar para charlar un rato.